jueves, 20 de agosto de 2015

CABEZA DE TOMATE

Pero por qué no sembrar rosas en casa, las rosas son flores hermosas que hacen olvidar las penas; eso me ha dicho hermana Margot y yo le creo. Hermana Margot escribe muy bonito, dice palabras muy lindas, las pone en el cuaderno como si las dibujara. A mí me gustan las gladiolas, algún día tendré gladiolas granates, me agrada el color granate; una vez papá me regaló una bicicleta de ese color, brillaba, parecía una moto con su asiento posterior de parrilla, el anterior era de cuero de vaca con sus manchitas negras en un fondo blanco; lindos faros. No he vuelto a ver una como ésa: en el tubo principal, bajo el timón, tenía adherido una calcomanía de un centauro. Son increíbles los centauros, tienen la inteligencia de hombre, la agilidad de caballo; si hasta hay una constelación con ese nombre. Mi jardín tendrá gladiolas granates; pero antes, rosas. A Emma le encantan las rosas, las compra para el florero de la sala, también para adornar las tumbas de la abuela María y de hermano Richard.
Por lo pronto, ya he cercado un huerto pequeño, de dos metros cuadrados; en el fondo del traspatio queda mucho espacio todavía; en él han empezado a brotar ajíes y culantros, también una planta de tomate ovalado; los redondos, como los que traía papá y los confundía con mi cabeza, ya no los he visto. Debe ser divertido  rascar la coronilla de muchísimos tomates redondos, diciendo: “¡Ah, mi tomate; mi cabecita de tomate!”. ¡Vaya!... eso me llena los ojos de nostalgia. También los verdes follajes del culantro me ponen triste, porque me recuerdan a Aní; siempre pienso que la volveré a ver, cuando salgo a dar unas vueltas por el mercado o voy por las calles del Centro. Ella me causaba, en el corazón, una sensación extraña que no he podido explicarme nunca. Tengo la certeza de que la primera rosa de mi rosal, será para ella, esté dónde éste… Siempre la he sentido hacia el Sur. Las señoras que venden verduras me han dicho que las  hierbas vienen de allá; por eso, cada vez que voy por la carretera con papá, montado en su camión, miro a los lejos la Campiña de Moche y digo, con dulzura, si no es allá. Tal vez, no ha de demorar mucho y la encuentre, una de estas mañanas, con su cabello corto, con su nariz fina, con su cuerpo canela, ágil, ataviado por un minúsculo vestido de flores. Sé que al ver sus ojos negros, otra vez seré feliz. 

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