Pero
por qué no sembrar rosas en casa, las rosas son flores hermosas que hacen
olvidar las penas; eso me ha dicho hermana Margot y yo le creo. Hermana Margot
escribe muy bonito, dice palabras muy lindas, las pone en el cuaderno como si
las dibujara. A mí me gustan las gladiolas, algún día tendré gladiolas
granates, me agrada el color granate; una vez papá me regaló una bicicleta de
ese color, brillaba, parecía una moto con su asiento posterior de parrilla, el
anterior era de cuero de vaca con sus manchitas negras en un fondo blanco;
lindos faros. No he vuelto a ver una como ésa: en el tubo principal, bajo el
timón, tenía adherido una calcomanía de un centauro. Son increíbles los
centauros, tienen la inteligencia de hombre, la agilidad de caballo; si hasta
hay una constelación con ese nombre. Mi jardín tendrá gladiolas granates; pero
antes, rosas. A Emma le encantan las rosas, las compra para el florero de la
sala, también para adornar las tumbas de la abuela María y de hermano Richard.
Por lo
pronto, ya he cercado un huerto pequeño, de dos metros cuadrados; en el fondo
del traspatio queda mucho espacio todavía; en él han empezado a brotar ajíes y
culantros, también una planta de tomate ovalado; los redondos, como los que
traía papá y los confundía con mi cabeza, ya no los he visto. Debe ser
divertido rascar la coronilla de
muchísimos tomates redondos, diciendo: “¡Ah, mi tomate; mi cabecita de
tomate!”. ¡Vaya!... eso me llena los ojos de nostalgia. También los verdes
follajes del culantro me ponen triste, porque me recuerdan a Aní; siempre
pienso que la volveré a ver, cuando salgo a dar unas vueltas por el mercado o
voy por las calles del Centro. Ella me causaba, en el corazón, una sensación
extraña que no he podido explicarme nunca. Tengo la certeza de que la primera
rosa de mi rosal, será para ella, esté dónde éste… Siempre la he sentido hacia
el Sur. Las señoras que venden verduras me han dicho que las hierbas vienen de allá; por eso, cada vez que
voy por la carretera con papá, montado en su camión, miro a los lejos la
Campiña de Moche y digo, con dulzura, si no es allá. Tal vez, no ha de demorar
mucho y la encuentre, una de estas mañanas, con su cabello corto, con su nariz
fina, con su cuerpo canela, ágil, ataviado por un minúsculo vestido de flores.
Sé que al ver sus ojos negros, otra vez seré feliz.
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